El balón cuadrado
Por Quin (actualizado el 4 de junio de 2015)
Sumario
Las Pelotas
Para jugar bien al fútbol mucho mejor que un balón "redondo" es un balón "cuadrado", como un... ¡DADO!- Si me sigues paso a paso el relato puedes enterarte del caso.-
Me vienen a la memoria una serie de correrías que hacíamos de pequeños por Arija que lo voy a contar por si algún chaval lo lee y quiere comparar como nos divertíamos nosotros antes y como se divierten ellos ahora.-
Nada más terminar la Guerra Civil, en Arija hacía falta tener unas buenas pelotas.
¡Calma!, ¡calma!, que me explico de inmediato. ¡Si es que la audiencia me deja y atino con el relato!


Al decir que en Arija hacía falta tener unas "buenas pelotas", me refería a pelotas para poder jugar al fútbol los críos porque de las otras estábamos sobraos para afrontar valientemente cualquier inconveniente o vencer cualquier obstáculo que se nos pusiera en frente.-
Teníamos entre 10 y 12 años y no sé si era porque los padres no tenían dinero para comprar estos pequeños caprichos a los hijos, o que los jugueteros no las fabricaban, o que los comerciantes no veían negocio en ello, lo cierto es que en Arija los chavales carecíamos de pelotas para pasar un buen rato rompiéndonos los zapatos (léase sandalias o alpargatas). Si queríamos jugar al balón teníamos que fabricarnos nosotros mismos algún artilugio: pelotas de papel o de trapo para poder echar un competido partidillo casi de los de antes de la Guerra, o sea, ¡de los buenos!.
Lo que no nos faltaba a los chavales en Arija era... "El Estadio".
En las capitales dicen que están a falta de ellos, que andan muy escasos para poder jugar al fútbol los chicos en los barrios. Pues nosotros teníamos ¡campos para zurrarnos!... todos los que queríamos y por todos los lados . Por todos los sitios donde íbamos, lo mismo en el barrio de arriba como en el barrio de abajo, teníamos campos por doquier de los cuales UNO era reglamentario, y hasta teníamos un campo de aviación, de hierba, para nosotros solitos jugar al fútbol y darnos el gustazo de dar patadas al balón y no llegar a la otra portería ¡ni a cañonazos!.
Sufríamos mucho los chavales en Arija después de la Guerra por no tener un buen balón a nuestra medida para echar esos grandes partidos de los chicos, porque el balón de los mayores, el del club arijano, que era de cuero de toro, ¡bueno!, o de vaca, me da lo mismo, con una gran correa que cuando se mojaba pesaba una tonelada, no había quien le metiera mano, mejor dicho, el pie: al primer chut, o te rompías los tobillos o te rompías los zapatos.
Teníamos que inventarnos algo para jugar un rato, y nos fabricábamos unas pelotas hechas con papeles de periódicos que nos valían para salir del paso. Así andábamos los chavales en Arija, jugando en la Plaza Nueva con pelotas de papel o de trapo muchas de ellas hechas con periódicos de la guerra. Con las pelotas hechas de papel o de trapo ni tan mal, ¡entretienen un rato!, no creáis que se juega mal, el que es habilidoso hace unas jugadas... "de radio".


Yo, en más de una ocasión he hecho jugadas como para radiarlo. Muchas veces le pegué una patada en el culo a Hitler, y a Mussolini...¡otro tanto!... ; y también por qué no decirlo, a nuestros gobernadores , a nuestros jueces y a muchos otros altos cargos llegando a pegar un día un puntapié a Franco. A Stalin un día le quité el bigote de un taconazo, y a Churchill le doblé el puro pisándoselo, y también a Roosvelt le di un buen zurdazo en salva sea la parte de delante, y hasta aplasté un día con el pie a la Unión Soviética, ocurriéndome lo mismo con las dos EE y las dos UU de Estados Unidos.
Todo dependía de quien hiciera la pelota de papel, si la última hoja que cogía para forrarla ponía por fuera la "Gran foto de Portada" donde venia retratado "el culo doblado del Gerifalte de turno", o de cualquier otro politicastro.
Y se pasaba muy bien en la Plaza Nueva o en cualquier patio, porque como las pelotas no botaban hacíamos un juego raso con unos pases medidos al interior, al delantero o al extremo sin que pudiera cortarte el juego el adversario, metiendo muchos goles en las porterías señaladas con "piedras", "prendas" o "palos".

Lo que pasa con las pelotas de papel o de trapo es que no pega ponerte un escudo en la pechera, eso no es deporte, ¡falta algo!, falta... "el balón reglamentario". Andábamos jugando por Arija con las pelotas de papel hechas con periódicos de la guerra hasta que un día, por sorpresa, me trajo un balón mi padre que ¡cielo santo!, para los chavales era un balón ¡que ni pintado!.
Lo primero que hice con el balón fue enseñárselo a Luís, mi amigo, el Cadiñanos. ¡Jó!, ¡cómo le gustaba! Era un balón ligerito, que no pesaba, por dentro... "lleno de aire", por fuera... "colorado" y casi de grande como el del "Foot-Ball Club arijano", solo que al darle patadas no hacia ningún daño. Botaba de maravilla y se podía jugar con la rodilla, con el pecho o con la cabeza, con sandalias o alpargatas, ¡hasta descalzo!. ¡Aquel balón era el deseado!, justo el que queríamos para jugar y ganar a los chavales del otro barrio, a los de "Arija de arriba".


El Bar de Cadiñanos
Cuando nos íbamos a entrenar a la campa que había delante del Café-Bar, el del padre de Luis Cadiñanos, siempre nos entreteníamos un rato, porque a su madre Felisa iban a venderla cangrejos y había que contarlos. La señora Felisa, la madre de Luís, compraba a quien se los llevara toda clase de cangrejos para mandarlos después facturados metidos en cestas de mimbres a los restaurantes de Bilbao. Pero antes había que seleccionarlos y contarlos para ponerles un precio y después pagarlos: los grandes a un cesto, a otro los pequeños. Daba gusto verlos coleando, fuertes y frescos, agitando con brío sus colas casi se saltaban fuera del cesto.-
Nosotros rogábamos a la madre de Luís que nos dejara ayudarla, para seleccionando y contando ¡gozarla un rato!, y la señora Felisa nos dejaba, siempre que contáramos bien y echásemos los grandes a un cesto y los pequeños al otro. Pero acontecía que nada más meter la mano en el cesto para coger uno y catalogarlo, el que nos cogía era el cangrejo a nosotros: nos pegaba un pellizco en el dedo gordo con su gran pinza, generalmente el cangrejo más grande, el mas fuerte y el mas negro que no había manera de soltarlo, haciéndote sufrir de lo lindo un buen rato, y cuando conseguíamos soltarlo decíamos a la señora Felisa que... ¡¡¡dejábamos el trabajo!!!... no queríamos más aventuras de seleccionar cangrejos a mano, era mas placentero dar patadas al balón que no hacia... ¡uf! ... ¡tanto daño!.


Fabián Arenas
El primer día de estrenar el balón, nos llevamos una buena sofoquina de tanto correr por la campa de entrenamiento, corriendo de un lado para otro detrás del balón de marras.
Aquel día también jugó con nosotros Fabián Arenas. Fabián Arenas era otro amigo que cuando pasábamos por delante de su casa con nuestras carteras, llenas de libros, se unía a nosotros para ir juntos a la escuela. Fabián era otro de la cuadrilla, otro gran chaval de Arija de gran nobleza. Era muy gracioso "haciendo circo" cuando íbamos por las vías del tren camino de la escuela.Era especialista en hacernos reír, sobre todo en el invierno con la nieve.
Al salir de la escuela con las nevadas, nos agarrábamos a los alambres que el guardagujas manipulaba para dar paso a los trenes, y nos columpiábamos dejando las carteras con los libros encima de la nieve. Pero Fabián no se conformaba con sólo columpiarse, siempre tenía que hacer alguna otra gracia y se daba "una cambolita" dejándose caer de cabeza metiendo cartera y cabeza dentro de la blanda nieve viéndosele sólo mover las piernas como haciéndonos señas, como si sus piernas agitadas abriendo y cerrando fueran "unas tijeras". El sólo se las arreglaba y salía del apuro ¡como si nada!.

Teníamos la costumbre de ir a la escuela por las vías del tren. Era el camino más corto y como sabíamos los horarios a los que circulaban los trenes no veíamos en ello ningún peligro.
Andábamos por encima de los raíles haciendo equilibrios, y un día me caí pegándome con uno de ellos haciéndome un corte en la rodilla con... ¡tanto dolor!..., que me quedé tendido en las vías.
Como estábamos acostumbrados a hacer toda clase de tonterías, los que iban conmigo, se reían y se reían a carcajada limpia poniéndose las manos en la tripa de tanta risa que les daba al verme despatarrado en medio de las vías. No me hacían ningún caso creyéndose que escenificaba como que el tren me iba a pasar por encima. Riendo y brincando se fueron alejando de mi todos mis compañeros camino de la escuela hasta que se dieron cuenta que "no escenificaba nada", que ¡algo! me pasaba porque seguía tumbado tripa arriba en medio de las vías.Volvieron a por mí y me llevaron a casa. Me lo pasé muy mal unos cuantos días con aquel golpe en la rodilla. Me quedó "una cicatriz" y es otra de las cosas de Arija que no se me olvida.
De los chavales de Arija, Fabián, era uno de los que mejor conocía el Monte Hijedo. Debía ser por lo de la Tejera, que iba con su padre a las canteras de arcilla para ayudarle y se adentraban en el bosque para coger hayucos que después llevaba a la escuela.
Los hayucos son los frutos comestibles de las hayas, que tienen una forma de pirámide triangular y se suelen dar como pienso a los cerdos, pero que cuando la Guerra, estaban muy buenos tostados en el horno de cualquier cocina de leña. Esto lo hacía muy bien la madre de Fabián, la señora Benigna y Fabián nos los regalaba, ya tostaducos, en la escuela. Estaban buenísimos y servían además de para comerlos también como de entretenimiento, como hacen los chavales hoy día con las pipas a las que el hayuco se asemeja, porque no sé si sabréis que en aquellos años "pipas no había": o sea que Fabián fue el inventor, en Arija, de las pipas.
El Lorito de Don Juan
En una foto aportada a esta Web por Trini, del año 1.945, se ve a toda la Gran Familia de los Arenas en las Bodas de Oro de FABIÁN ARENAS y LEANDRA DÍAZ, de los cuales yo me refiero a una de sus ramas que es la compuesta por Adrián Arenas Díaz, el cabeza de familia, Benigna Fernández, su esposa, y sus hijos Leandra Arenas Fernández (Uca), Fabián Arenas Fernández y el hermano pequeño Leoncio Arenas Fernández que son los que están en la foto en la parte derecha.-
Voy a contar un hecho de esta familia que espero no se enfade ninguno de ellos, sobre todo el hermano más pequeño, Leoncio, que sobre él va el hecho. (Es que la gracia es para todos menos para ellos). Si lo que voy a contar a alguien le parece mal que el administrador lo borre.-
Esta familia vivía justo enfrente del Café-Bar Cadiñanos, al otro lado de la carretera, cerca de la casa de Ignacio Hermosa, el sastre, el padre de Chacho, el portero de fútbol del Arija, que estaba al lado del chalet de Don Juan, el médico de la Fábrica de Cristalería. En esa casa, donde vivía esta familia, tenían una taberna que la atendía la señora Benigna, madre de Leoncio, además de que la señora Benigna tenía que hacerse cargo de todo el trajín de la casa, de la compra y de los hijos, ya que su marido, Adrián, se marchaba a trabajar a la Tejera quedándose ella sola al cargo de todas esas tareas.
La señora Benigna era por naturaleza una señora hiperactiva, además de estar siempre nerviosa por todo el trabajo que tenía encima: trabajo de la casa, trabajo de las compras, trabajo de la cantina y trabajo de control de los hijos, sobre todo del pequeño Leoncio que aunque en Arija siempre había paz y libertad y buen rollo en la calle para los niños pequeños, la madre de Leoncio continuamente estaba llamando a su hijo desde la puerta de la cantina o desde la ventana de la casa "para controlarle por donde andaba".
Don Juan, el médico de Cristalería tenía en su chalet que estaba al lado de la casa donde vivía Leoncio, un lorito que era muy gracioso: copiaba y repetía muchas palabras de la gente que con mucha frecuencia pasaban por delante del chalet pero... el mariquita del lorito, entre todas aprendió muy bien a imitar dos cosas: silbar como el silbo de los Jefes de Estación cuando daban la salida a los trenes de la Robla y llamar a Leoncio con el mismo tono de voz como lo hacía su madre.
La señora Benigna gritaba mucho para que sus hijos la oyeran porque la distancia desde su casa hasta el Bar-Café Cadiñanos, justo enfrente donde se suponía que estaban sus hijos jugando era considerable para que la voz llegara, y el lorito,"que vivía al lado", ¡¡cogió tan bien el tono de voz de la madre de Leoncio!! que era imposible descifrar si el que llamaba era la señora Benigna o era el lorito de Don Juan, el médico de la Fábrica.-
En ésta foto aportada por Pepín Hermosa se aprecia muy bien la distancia que había desde la casa de Leoncio y del loro, a la izquierda del todo, toda oscura, hasta el Café-Bar Cadiñanos, a la derecha, que se ve por encima de los árboles. La casita pequeña que está en el centro de la foto con solo una ventana, era la casa y sastrería de Ignacio Hermosa.
A los maquinistas de los trenes de la Robla el lorito no conseguía engañarlos, porque además del silbato, el Jefe de Estación salía con una bandera verde o roja para dar salida a los trenes y mientras los maquinistas no veían la señal con la bandera, los trenes no salían, (esto de las banderas era ya insuperable a la habilidad del loro) pero a Leoncio y los que estábamos con él sí conseguía engañarnos , ¡y muy bien¡: de vez en cuando imitando la voz de la madre le llamaba medio gritando como lo hacia ella, ¡¡¡LEONCIO!!!... ¡¡¡LEONCIO!!!...


Los que estábamos jugando con él le decíamos: corre que te llama tu madre. Leoncio salía disparado como un cohete a donde estaba su madre y... "volvía con un cachete". La señora Benigna que siempre andaba muy atareada le había dado a Leoncio "un soplamocos" por ir a molestarla cuando más ajetreada estaba atendiendo a algún cliente.El que le había llamado no era su madre, era el mariquita del lorito, el que "residía" en el chalet de Don Juan, el médico de la Fábrica de Cristalería.-
Otras veces ocurría lo contrario, oíamos a lo lejos la llamada, ¡¡¡LEONCIO!!!... ¡¡¡LEONCIO!!!..., y le decíamos: Leoncio no vayas que es el maricón del loro.- Leoncio nos hacía caso y al día siguiente nos enterábamos que se había ganado "otro cachete por desobediente", por no haber ido cuando su madre le llamaba.
El maldito lorito de Don Juan le traía loco a Leoncio que nunca sabía, ni los que estábamos con él, ¡ni nadie!, cuando el que llamaba era el lorito o era su madre.
Muchos cachetes se llevó Leoncio por culpa de ¡aquel loro!, y no sabemos a qué edad Leoncio se reveló de tal desaguisado, pero era para haber cogido al lorito y mandarle a la escuela, por ver si aprendía a dejar de silbar como hacían los Jefes de Estación a los trenes y de llamar a Leoncio como lo hacía su madre, y en castigo desplumarle y dejarle con el culo al aire para que se rieran de él todos los chavales de Arija, a ver si se arrepentía de sus "graciosas" imitaciones.
¡¡Agua, agua!!
Después de mucho corretear detrás del balón colorado por aquellas campas entrenándonos, cogíamos una buena sudada y la sed arruinaba nuestras gargantas, había que ir a beber agua y donde mejor nos cuadraba era a la estación del tren de la Robla que la teníamos muy cercana.
Antes, con las máquinas de vapor, en las estaciones del tren de la Robla había unos depósitos de agua donde los maquinistas llenaban los tanques de sus máquinas. Arija también la tenía, al lado del puente, y nos gustaba mucho ir a beber agua allí porque tenía una particularidad con la que nos divertíamos muchísimo.


Estos depósitos de agua eran como un gran tubo con una manguera con la que los maquinistas llenaban los tanques de las máquinas de agua. Sin el agua las máquinas no andaban porque se movían con vapor. Era como llenar de gasolina el depósito de un coche, o sea, algo ¡muy importante! y según estaría de lleno el tanque de la máquina, ¡algo imprescindible!.
Para que saliera el agua había que abrirlo con una llave de hierro que era de grande y de forma, como un volante de un camión, que un sólo chaval no podía hacerlo, tenían que ser por lo menos dos.-
Al ir abriendo la llave poco a poco entre los dos chavales, al fin conseguíamos que saliera el agua para beber. Salía por un agujerito, de grueso como un lapicero, que el tubo grande del depósitos tenía en la parte de abajo, que no se si servía para detectar que el depósito estaba lleno de agua. El caso es que con el chorrete de agua que salía como la de un botijo, se bebía muy bien.
Como los chavales de esas edades (10 - 12 años) siempre están buscando cosas nuevas y aventuras más excitantes decíamos a los que abrían la llave que dieran una vuelta más al volante para que el chorrete de agua se hiciera un poco más grande. Esto ya no era para beber agua, era para divertirnos un poco porque el chorrete de agua que salía, a medida que se iba abriendo la llave, era cada vez más largo y más fuerte, y nos hacía mucha gracia que nos pegara el agua con mucha fuerza dentro de la boca.-
Cada vez exigíamos una vuelta más a los chavales que estaban en el volante hasta que tantas vueltas le daban que al final terminaba saliendo el agua por la manguera, de repente y como un torrente, ocurriendo que el depósito para llenar los tanques de las máquinas se quedaba vacío y además la manguera nos dejaba perdidos de agua, cogidos por sorpresa, quedábamos empapados enteros con todas las ropas mojadas.-
Los Jefes de Estación y los Factores que oían caer el agua "como una cascada" salían despavoridos y a todo correr detrás de nosotros, porque la barrabasada que habíamos hecho era para ellos ¡muy importante!: se podían quedar las máquinas que llegaban a repostar sin poder llenar los tanques al quedar el depósito vacío, sin agua.
Cuando salían corriendo el Jefe de Estación y el Factor a por nosotros sólo teníamos una salida: echar también a correr por las vías del tren hacia Cabañas de Virtus. Esto tenía para nosotros un peligro muy grande porque corriendo a la velocidad de... ¡un tren correo sin parar en la estación!, entre las traviesas, los raíles y las piedras de las vías, si te caías, adiós rodillas, manos y barbilla, te hacías ¡una buena avería!. Nosotros corríamos apoyando los pies de traviesa en traviesa; lo teníamos ya medido de muchas veces andar por las vías de los trenes, teniendo que desistir el Jefe de Estación y el Factor de cogernos ¡por imposible!.
Resoplando y casi sin resuello, riéndonos a carcajada limpia por la picia que acabábamos de hacer y porque el Jefe y el Factor no nos cogían, tirándonos de risa por el suelo terminábamos en la "Fuente de los Pinches", a beber más agua.
En los pueblos se aprenden muchas cosas de la naturaleza y de los mayores, que siempre te enseñan algo, y una de ellas era saber beber en esta fuente sin que tragaras polvo, trocitos de paja o de hierba, un insecto, y hasta quien sabe si una pequeña rana.
La "Fuente de los Pinches" era un manantial en el suelo de tamaño reducido, del tamaño como un caldero, de un agua fresca, cristalina, depurada y digestiva, filtrada por efecto de la arena, que era ¡una maravilla!; era como para embotellarla de tan buena que estaba, pero tenía sus inconvenientes y había que saber sus trucos para beberla directamente en la fuente.

Por allí solía hacer viento y el manantial se llenaba de briznas de brezo, de trocitos de paja, de polvo y de insectos, y para no tragarte todo eso había que fabricarse un artilugio para protegerte.
Se cogía un junco y se hacia con él "un aro pequeño" metiendo la punta de uno de los extremos del junco por la parte blanda en el otro extremo y así se formaba el aro pequeño y limpiando de todas las brozas y porquerías la superficie del agua soplando dejabas en el agua limpia caer el junco en el centro, porque flotaba , y allí, dentro del aro, se metían los labios para beber a morro el agua ya sin miedo a tragarte nada porque el junco hacia de barrera protectora de toda la broza que alrededor había.
Bebíamos agua hasta hartarnos de tan buena que estaba. Llevábamos el vientre tan lleno de agua que al andar sonaba, y casi servía para criar renacuajos y pequeñas ranas de tanto agua que llevaba nuestra barriga.
Cuando estábamos confortados y saciados de agua rematábamos la tarde en las canteras de arena de la Fábrica. ¡¡Aquello si que era una gran gozada!!... No hay comparación con ninguna barraca de feria.

Las canteras de arena de la Fábrica eran "grandísimos terraplenes de arena blanca". Te subías a lo más alto y te dejabas caer hasta abajo del todo del pozo excavado rodando con la barriga como un barril de cerveza. A veces, en la bajada, seguía tras del que se tiraba una gran avalancha de arena provocada por nuestro peso y nuestra inercia pero nunca pasaba nada; además aquella arena no manchaba y nuestras madres no se enteraban de la "trastada". No te cansabas de subir y bajar y rodar y rodar... como un loco barril de cerveza poseído por una gran borrachera.
En el fondo del "gran pozo" excavado en la cantera de arena, que era una explanada, había pozucos de agua "habitados" por numerosas ranas, a las que, antes de marcharnos para casa "la gozábamos" ¡tirándolas piedras!.
El Desafío
Pasados los días y después de habernos entrenado lo suficiente con "el balón colorado", nos sentíamos preparados para probarlo en un "partido oficial" contra el equipo enemigo del barrio de arriba. Entre los chavales de "Arija-Vilga" y los de "Arija de arriba" que íbamos a la misma escuela, a pesar de ser todos amigos siempre había ¡algo de picadillo!: una sana rivalidad que también en los mayores la había y se dejaba notar.
Por ejemplo: a la salida de la escuela con nieve (la nieve en Arija por aquellos años siempre estaba presente, todos los años había grandes nevadas) al despedirnos para ir cada uno a su casa las peleas a bolazos entre los chavales de arriba y de abajo eran a diario. Éramos un poco brutos porque para hacernos más daño las bolas de nieve las mojábamos en algún charco para que se empaparan de agua y pesaran más y se pusieran más duras. Así cuando te daban en el coco o en una oreja con una bola mojada te hacían mucho mas daño y la oreja se ponía colorada. Al final, siempre nos marchábamos de la pelea todos tan contentos, hasta el día siguiente, sin que nunca pasara nada ni las peleas llegaran a provocar un enfado permanente entre los chavales de Arija de las dos barriadas. Nos íbamos de las peleas... ¡satisfechos!..., unos para el barrio de arriba, otros para el barrio de abajo, cada uno para su casa.
Un día nos pusimos de acuerdo los chavales de las dos barriadas para UN DESAFIO y concertamos un partido de fútbol, los de "Arija de arriba" contra los de "Arija-Vilga" marcando día, sitio y hora.
CINCO contra CINCO tenían que tener de jugadores los dos equipos.
Y así lo decidimos.
El campo del desafío era en el barrio de arriba, en el prado de Vallejo, donde se hacían las fiestas.
Un campo "un poco jodido" para jugar al fútbol en un gran desafío, con un balón ¡tan ligero! como el mío, porque el campo estaba algo en cuesta y además solía soplar el cierzo.
El Partido

Nosotros pensamos que para "el estreno oficial" de aquel balón ¡tan bonito! y para aquel ¡trascendental partido! había que rodearlo de mucha categoría y pensamos que era un sacrilegio futbolístico saltar al campo con nuestros nombres de pila, que futbolísticamente no decían nada, y no se quien discurrió de ponernos los nombres de nuestros ídolos.
No recuerdo muy bien las figuras que jugaron aquel día, ni de un equipo ni del otro, pero aproximadamente creo que fue esto:
Yo me llamaba Gonzalvo III, el del Barsa, por jugar por el medio del campo. Enrique Bustamante se llamaba Epi, el jugador del Valencia, le gustaría por la blanca camiseta. José Luís Arce me parece que era Gainza, el del Athletic de Bilbao, que corría mucho y solía ir a por los balones que salían fuera de la portería; José Antonio del Hoyo (el madrileño) era Pahiño, un jugador fino por aquello del madrileñismo, y a José Antonio Martín (el peluquero) le pusimos Acuña, el cancerbero del Coruña, le gustaba mucho jugar de portero.
Después de confirmarlo entre los amigos así quedó la alineación del equipo de "Arija-Vilga" que jugaría el trascendental partido del desafio: ACUÑA, GONZALVO III, "EPI", GAINZA y PAHIÑO...¡¡¡menudo equipo!!!...





Del equipo de arriba recuerdo menos porque al enemigo ni agua, por eso no quiero saber ni quien jugaba. Pero os diré algo: Jaime Ruiz, el ciclista, no estaba, a este más que el fútbol le gustaban los pedales (a este ya le voy a contar en otro relato sobre su cuaderno escolar de 1.946 que dice hace poco ha encontrado).
Uno de ellos podía ser Carlos Sandoval, que estos jugaban con su nombre de pila; a lo mejor también estaba Goyo Ruiz (Goyito), Ceferino Mantilla y Marcos Ruiz (Quitos), o quien sabe si era Braulio Diez, o el mismo Carlos, Chuli, el de Bimón, o a lo mejor fue Pedro Fernández (Pedrín) y yo no lo sé porque no me acuerdo muy bien de quien jugó aquel día. Daniel Alonso (Dani) tampoco estaba (este estaría pensando más en la industria).
Y nos llegó el día del partido.-
Pero antes de subir al campo teníamos que pertrecharnos de alguna bebida que nos diera en los descansos algo de energía. Esto lo sabíamos de oídas: que los grandes jugadores, los de primera división y los internacionales, en el descanso, bebían agua o gaseosa, como los del club grande del Arija y comprábamos donde "Los Barquilleros" unas botellas pequeñas de gaseosa dulce muy buenas.
Estos botellines de gaseosa, más dulce que las de ahora, tenían por dentro para el cierre de la botella una bola de cristal que se incrustaba en una gruesa goma cerrando la botella herméticamente. Era una canica de cristal muy bonita que nos traía locos a los chavales por ver si la podíamos sacar de la botella sin romperla. Era imposible, solo salía rompiendo la botella, ni quitando la goma salía, pero romper la botella esto no hacíamos porque la botella había que devolverla entera a la barquillera.
Sin embargo, este tipo de cierre nos servía para beber gaseosa con toda su fuerza dos o tres veces durante el partido y en el descanso. Para beber había que apretar la bolita de cristal hacia abajo desprendiéndola de la goma y se bebía un poco de gaseosa. Después, agitando mucho la botella se la daba la vuelta de repente y con la fuerza de la gaseosa se quedaba otra vez cerrada herméticamente; así dos o tres veces, más no podíamos beber gaseosa con todo su poder efervescente.
El partido con el balón bueno lo jugamos a cara de perro, sin concesiones, y tanto ímpetu y ardor pusimos que, entre el viento y el balón que era muy ligero, no había castaña de meter un gol a los porteros. Cuanto más fuerte chutábamos más desviado salía "el balón ligero". Los tiros a portería o se iban por arriba o se iban por los lados. Como el balón pesaba muy poco se lo llevaba el viento y teníamos que ir a por él bastante lejos, hasta el final del prado de Vallejo. Nos cansamos de correr "detrás del balón bueno" sin poder meter ni un solo gol a ninguno de los porteros.
El balón tan deseado para el desafío, "¡el balón bonito!" resultó ser "¡un balón maldito!" para jugar al fútbol los críos, no había quién metiera un gol en las porterías señaladas con piedras; nos quedamos sin poder saber el potencial de los equipos: CERO a CERO quedó ¡el gran partido del desafío!.
Balón Cuadrado
Un día, jugando con Luis, Senén y Francisco, los tres hermanos Cadiñanos, se pinchó el balón y se nos quedó CUADRADO, como un dado.-
La deformación que adquiría el balón, que no se desinflaba del todo quedándose como "cuadrado", debía ser por la forma en que estaba fabricado, algo parecido a las pelotas de tenis de dos piezas, y con una clase de goma de la que estaba hecho parecida a la de las cámaras que llevan los coches dentro de las ruedas. Con el balón pinchado, con mucha alegría comprobamos que para jugar bien al fútbol mucho mejor que "el balón redondo"' era "el balón cuadrado": era una suerte tener el balón "pinchado".
Hacíamos mucho mejor los pases porque iban rasos como las pelotas de trapo y cuando chutábamos muy fuerte, el balón se quedaba al lado, no había que ir a buscarlo al otro prado del frente. ¡¿Goles?!... los que queríamos. Todos ¡cantados!. Salía el balón raso y dando tumbos se colaba por una esquina de la portería. El que hacía de portero... ¡ni los olía!...
Con la confianza que nos daba para jugar y ganar los partidos EL BALÓN CUADRADO, había que probarlo en un "gran Partido Internacional" y nos dispusimos a ir a jugar a un país extranjero pasando la frontera. Este país extranjero era "La Riva" y había que pasar la frontera de dos provincias que separaba el río Virga: a un lado quedaba Burgos, al otro Santander, (Cantabria en aquellos tiempos no se decía) y ... ¿el viaje?..., ¡andando por toda la Vilga".
Por la Vilga
Este viaje andando por toda la Vilga podía llegar a ser para nosotros ¡muy peligroso!.
Había mil caminos por donde ir a La Riva por toda la Vilga que si te confundías te podían llevar a cualquier sitio donde no querías; y había brezos y árgomas que te pinchaban, y ortigas, y ranas y sapos, y hasta víboras vivas.



No entiendo por qué fuimos allí. Ni si quedamos para jugar con los chavales de La Riva. Pero lo cierto es que fuimos, y jugamos, y volvimos.
Pero el mayor peligro, el gran peligro para nosotros al atravesar ¡la inmensa Vilga! eran las manadas de vacas y toros de Bimón, de Llano o de Arija, de Corconte, de La Población o de la misma Riva que, en gran cantidad, pastaban por la Vilga. Al ir andando hacia La Riva las veíamos muy a lo lejos y había que tener mucho cuidado de no encontrarnos con ellas porque en la Vilga no había ni casas, ni un árbol, ni una piedra para esconderte si las daba por embestirnos y corriendo... de todas, todas, nos ganaban.
Pues no sé cómo nos las arreglábamos que a pesar de tener muchísimo cuidado para no encontrarnos con ellas siempre coincidíamos con alguna vacada en mitad de la Vilga. Nos quedábamos... ¡paralizados! del miedo que nos daban porque era un ganado de un pelaje endemoniado, entre pardo y negro mezclado con tinte rojo amarillento, con afilados cuernos y unas miradas... que nunca sabias que es lo que pensaban aquellas malditas vacas.
Nos parecía que tardaban en pasar años de lentas que andaban. Movían la cabeza, sacaban la lengua, movían el rabo, se paraban y nos miraban, algunas se cagaban y todas andando levantaban una gran polvareda. ¡Que miedo nos daban!...
Después de sufrir muchísimo, ¡quedándonos como estatuas!, terminaba pasando muy despacio, muy despacio, la manada. Respirábamos con alivio creyéndonos libres para continuar el camino, pero faltaba un último peligro: el gran TORO que las acompañaba. Con un andar cansino y una mirada asesina, nunca sabíamos de donde salía. ¡¡¡Este si que nos acojonaba!!! (sin perdón por la palabra).
Andaba, se paraba, nos miraba, se tumbaba en el suelo, se restregaba, resoplando se levantaba, se echaba tierra a los lomos y con la pezuña delantera pateaba el suelo, parecía que nos amenazaba.
Este sí que nos hacía estar quietos; ¡¡¡trágame tierra!!! era nuestro deseo en aquella Vilga despoblada. Nunca sabias que iba a hacer, qué pensaría, que mosca le picaría, solo con mover el rabo nos quedábamos sin habla, no hacíamos más que tragar saliva; ¡Jesús!, ¡que angustia!, ¡qué calvario!, ¡cuando se marcharía!... Moviendo la cabeza y el rabo resoplando se alejaba, creo que dudando, si con las vacas o a por nosotros, ¡embistiéndonos con sus cuernazos!.


Por fin todo llega en esta vida y cuando estaba lejos el TORO y la vacada, ahora si nos sentíamos totalmente libres en medio de la Vilga.-
¡Que gozada!. ¡Que maravilla!. ¡¡Aquello si que era LIBERTAD!!... en medio de la gran llanada del pastizal. ¡Cómo disfrutábamos del día!. Con un SOL y un AIRE que te daban... ¡¡¡LA VIDA!!!.
Toda la Vilga para nosotros y para llegar a La Riva teníamos que encontrar un pequeño y estrecho puente hecho con tablones de madera para pasar el río Virga que por allí había, pero como íbamos pocas veces por aquella zona nunca atinábamos con su emplazamiento y terminábamos jugando en algún estrechamiento del río.
Esto lo teníamos muy claro, de toda la vida, que el río Virga, dos provincias dividía. Si pegabas un salto en el río lo mismo estabas en Burgos que en Santander, porque Cantabria, como he dicho antes, por aquel entonces no se decía y eso hacíamos en algún estrechamiento del río, que los había, saltábamos de una a otra orilla y decíamos: estoy en Burgos, ¡te fastidias!. Y yo en Santander, ¡y qué!. Y saltando de una a otra orilla volvíamos a hacer y repetir lo mismo una y otra vez hasta que... ¡pataplán!..., la culada de alguno de nosotros en el río se producía con gran regocijo de todos menos del que se caía y con el culo mojado de alguno llegábamos a La Riva.
Los ríos cangrejeros de la Vilga, por algunos sitios, nos parecían arroyos de prados de pequeños que eran y siempre discutíamos que allí no podía haber cangrejos. Había que hacer un acto de fe para creer que en aquellos ríos se criaban cangrejos.Tanto porfiábamos que nos retábamos a meter la mano en cualquier recodo del arroyo a ver quién sacaba un cangrejo. Metíamos la mano y siempre encontrábamos tres o cuatro.
La Riva
Llegados a La Riva, ya digo, que no se contra quien fue el partido pero jugamos "con el balón cuadrado" detrás de la Iglesia, que también allí había una gran campa para jugar al fútbol, aunque el campo era todavía más cuesta arriba y cuesta abajo que el del prado de Vallejo en Arija.

Estando jugando el partido, uno de la cuadrilla, dio un puntapié al balón y se fue rodando cuesta abajo hasta el final del campo y al ir a por el balón vimos una acción que os va a parecer que es todo inventado.- A mí me da lo mismo que lo creáis o no, no gano nada en ello, pero os lo voy a contar "como Cristo nos enseña y nosotros lo vimos": sin mentira y con esto me basta.
Al lado donde fue a parar el balón había una cuadrilla de gitanos, hombres mujeres y niños, quitando tierra recién movida con las manos. A nosotros nos extrañó muchísimo aquello que los gitanos estaban haciendo y nos alejamos un poco por el miedo a los personajes, pero desde cierta distancia seguimos observando lo que los gitanos hacían con las manos. Quitaron y quitaron mucha tierra hasta que desenterraron un cerdo entero que, según nos enteramos luego, se había muerto el día anterior posiblemente de un infarto.
No sé si sabréis que los cerdos, aunque estén sanos, si se les hace correr por el campo con gran agitación dándoles palos o ladrando un perro detrás de ellos un buen rato, se pueden morir muy fácilmente por la agitación, de sofoco o de infarto, y esto es lo que probablemente pasó con aquel cerdo que su dueño no se atrevió a comérselo por no saber con certeza de qué se había muerto y lo enterró, pero los gitanos que supieron del enterramiento y de lo que probablemente había muerto, sabían que el cerdo se podía comer sin ningún miedo y por eso lo desenterraron.
Si el dueño del cerdo le mete el cuchillo y le sangra en el momento de caer fulminado el cerdo se puede comer sin ningún cuidado, preguntárselo a cualquier veterinario.
Los gitanos tardaron un día en hacer el sangrado, y además desenterrándolo, y ahí demostraron su condición de gitanos: "¡esto!", no lo hacen los payos.
Pero aquí no acabó todo. Al desenterrarlo el cerdo no salió entero, faltaban las vísceras porque ya le habían abierto el vientre (seguramente para saber los aldeanos algo de lo que había muerto) y éstas, también las desenterraron que estaban enterradas en un hoyo aparte. Lo que se comieron del cerdo aquellos gitanos solo lo saben ellos, pero que se llevaron las vísceras y el cerdo entero desenterrado muerto, ES CIERTO.
Y así, con estas malas sensaciones nos volvimos para Arija encontrando el puente que salvaba el río Virga y ya sin encontrarnos en el camino a ninguna vacada ni toros asesinos.
Colofón
El balón colorado lo arreglábamos cuando queríamos. Se le ponía un parche y con una aguja de poner inyecciones los practicantes y con una bomba de bicicleta lo hinchábamos.- Aquel balón tenía pegado por dentro un trozo de goma virgen dura en forma de cuadradillo, del tamaño de dos azucarillos, que por allí se metía la aguja y al sacarla después de haber inflado el balón con la bomba de bicicleta la goma por dentro se cerraba y no se salía el aire, quedando el balón como nuevo para volver a entrenarnos con vistas a jugar algún partido de los buenos.
Con el balón colorado jugamos muchísimos más partidos: unas veces "redondo", otras veces "pinchado", según fuera de importante el desafío, pero siempre ganando los partidos "con el balón cuadrado". Si el balón era para entrenarnos un poco nos iba mejor el balón redondo, si era para ganar a algún equipo extranjero o al enemigo en el pueblo, el balón nos iba mejor cuadrado.
"Así nos divertíamos los chicos de antes, no sé cómo os divertís vosotros, los chicos de ahora".
Y os decimos que, igual que para "el doping" y ganar las carreras de bicis los ciclistas de Arija recomiendan a los profesionales y aficionados a ese deporte comer "un par de manzanas" y correr con "¡un par de huevos!", también nosotros para el deporte del fútbol recomendamos a los profesionales, aficionados, y a todos los chavales del mundo que, para jugar bien al fútbol y pasar un buen rato, mucho mejor que "un balón redondo" es "un balón cuadrado", COMO UN DADO.


